30 de abril de 2025
Érase una vez una Caja. No una caja de cartón, ni una caja fuerte, sino una Caja de Ahorros. Una con alma y corazones detrás de los mostradores. En aquellos tiempos —que muchos aún recuerdan con cariño— la Caja se llamaba … (seguro que tu cabeza y tu corazón han completado el texto), y más que una entidad, era una familia. No era perfecta, claro está, pero escuchaba. Se sentaba a hablar con sus empleados, buscaba soluciones, y si algo no funcionaba, se intentaba cambiar. Nadie tenía miedo al diálogo. Se vivía con la sensación de que el trabajo tenía sentido, de que el proyecto era también de quienes daban cada día lo mejor de sí.
Entonces vino el tiempo del cambio. Al principio tímido, disfrazado de progreso. Un día, la Caja miró su reflejo en los mercados y se vio convertida en Banco. Se sacudió el polvo del pasado, se puso americana y corbata, y subió al estrado del Ibex-35. Desde entonces, algo se rompió: El alma de la Caja comenzó a apagarse.
Ahora tu antigua Caja (convertida en Unicaja Banco por las diferentes voluntades) ya no escucha, se ha vuelto silenciosa para los empleados, pero muy elocuente para los accionistas. Ya no pregunta cómo estás, sino cuánto produces. Las decisiones importantes parecen tomarse muy lejos del terreno, en despachos donde las voces de quienes sostienen el día a día no alcanzan a entrar.
Algunos de los capítulos más dolorosos ocurrieron durante las integraciones con Banco CEISS y Liberbank. Muchos compañeros dejaron sus hogares, sus familias, sus vidas. Se trasladaron a otras provincias por lo que se decía era "necesario". Años después, la tecnología ha demostrado que la presencia física no era tan imprescindible como se decía, ya que las reuniones se hacen de forma virtual desde cualquier lugar físico, y además hay vacantes en muchas oficinas con un volumen de trabajo desproporcionado. ¿Por qué asistimos atónitos a los traslados de algunos empleados y de otros no? Nadie lo explica. Nadie lo justifica. La balanza, antes cuidadosa y humana, parece ahora arbitraria y fría.
Quienes aún caminan por los pasillos de este nuevo Unicaja lo hacen con menos fe, con cansancio acumulado y con sonrisas que duran poco. No porque no amen su trabajo, sino porque sienten que ya no forman parte de un proyecto común, sino de una maquinaria que premia a quien está arriba, sin mirar a quien lo sostiene desde abajo.
Y, sin embargo, entre papeles, terminales y conversaciones entre compañeros, aún queda un rescoldo de lo que fue. Un recuerdo que no se deja extinguir del todo. Porque, aunque la Caja se haya disfrazado de Banco, quienes la hicieron grande aún están ahí. Luchando cada día para que, al menos en lo pequeño, el alma no desaparezca del todo.
Adelante por ti #CESICA_SI